2018 ha sido un año de retos, de algunos cambios, de victorias y de algunas pérdidas. También de llegada a algunas metas que recordaré siempre, y que me han marcado profundamente. En lo profesional, 2018 cierra un capítulo importante: el final de mi doctorado (tras más de 4 años de trabajo) y su posterior adaptación y publicación en México y en España por parte de Dolmen Editorial. Significó mi llegada a una fascinante institución educativa en Los Ángeles después de 12 años ininterrumpidos dedicado a la enseñanza. Me resulta difícil imaginar una etapa profesional más plena e inspiradora que esta.
En lo personal, también trajo algunas importantes transformaciones, algunas deseadas y otras no tanto, pero que me han conducido a reflexiones y a experiencias inimaginables de otra forma. Por otra parte me rompí el brazo derecho y tuve que aprender a manejar mi día a día de forma distinta, con más paciencia. Lo peor de 2018 fue perder a un querido amigo del que guardo recuerdos de momentos irrepetibles. Aunque también llegaron amigos nuevos, me reencontré con otros pertenecientes a épocas pasadas y eché de menos a algún que otro, pero el conjunto que queda es el más bonito que podría haber imaginado a mis 36 años.
Con lo bueno y con lo malo hay algo que se ha mantenido inamovible, o incluso mejor: el amor que comparto con mi familia y con tantos amigos de distintas partes del mundo. Gracias a todos los que habéis sido un trocito de mí en este vertiginoso 2018.
2019 debe ser el año de la renovación de proyectos creativos, y de priorizar algunos personales muy ilusionantes. Pasaré mucho más tiempo en España y espero que las aventuras inesperadas sigan siendo el motor de vida. Feliz Año Nuevo.
Vicente Ramírez Jurado |
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